El Verano. Dos historias de dos hogares. Sostenibilidad.
Vamos a relatar dos historias. No muy largas, de verdad, pero muy explicativas.
El apartamento de Ana.
Ana tiene un apartamento. Es un piso que mira al Este, así que le llega toda la luz de mañana. Eso hace que la casa se caliente bastante, ahora que llega el verano, hasta el mediodía, cuando el sol cruza por encima del edificio. Al estar en la última planta, además, el terrado hace que se caliente más. Las ventanas son de aluminio, y además del ruido de la calle, el cristal también se calienta y promete que este verano va a ser verdaderamente duro. Puede bajar las persianas, claro, y lo hace cada mañana. Eso hace que el aire en la casa se estanque un poco y que al llegar sienta que debe ventilar la casa y dejar que entre el aire exterior o conectar el aire acondicionado.
Sucede que en su bloque hay muchos aires acondicionados. Los motores expulsan el aire caliente, que sube hasta donde ella vive y no pueda abrir la ventana sin sentir que ha abierto la puerta de un horno.
Para colmo el edificio de enfrente es uno bloque de oficinas ultramoderno… con toda la fachada de cristal. Al reflejarse el sol de tarde, la casa de Ana parece un hornito (muy cuco, eso sí, tiene buen gusto y lo ha decorado en blancos y decoración nórdica, con alguna maceta); el aire acondicionado hace su trabajo, pero a poco que sale del salón nota el calor aplastante y la humedad en el pasillo, y tiene que conectar otro aire acondicionado en la habitación para intentar regular la sensación térmica para regular la temperatura, con el consiguiente gasto, además, en la factura eléctrica. A Ana le gusta su casa, pero no le gusta sentirse un garbancito en ella.
Silvia y el apartamento con plantas.
Silvia hace poco que pudo mudarse al apartamento. Era un edificio antiguo, la verdad, pero lo han reformado para hacerlo, dicen, sostenible. Cuando ella venía a ver a los abuelos, era un pequeño suplicio: ventiladores, mal ventilado, instalación eléctrica regular, ruidos, humedades, las ventanas no cerraban bien y no aislaban.
Hace poco de la reforma y ella se quedó en el piso.
Es pleno verano y todavía no ha tenido que encender el aire acondicionado. La casa se mantiene fresca. Al parecer reformaron toda la fachada para que se aislara mejor del calor y la luz solar. Las ventanas son aislantes y no dejan entrar ruido ninguno, ni que se pierda calor o fresco. Hay plantas por todo el bloque, y en el ojo de patio hace fresco, además con la multitud de plantas que pusieron, incluso en las horas más calientes del día.
Es cierto que tuvo que poner un buen dinero para la reforma, las derramas o como quiera que se llamara aquello que hicieron en el edificio, pero ahora empieza a notarlo, casi seis meses después, en las facturas del consumo energético.
Le ha dado un aire moderno, de estudio, al viejo apartamento, y puede comprobar cómo, al caminar descalza, no siente el embaldosado caliente, sino que está casi fresco. Las luces son todas nuevas, de esas LEDs que están poniendo en todas partes, y el aire acondicionado que solo ha puesto un par de veces, sobre todo cuando ha tenido invitados, tenía un librito que decía no sé qué de muchos certificados energéticos. La cuestión es que enfría pero no hiela, como sucede con otros que, como te pille debajo, necesitas una chaqueta; y a veces con dejarlo en ventilador para que mueva el aire es más que suficiente. No echa de menos el edificio donde vivía antes, cerca de su amiga Ana.
Además, ahora ha puesto unas cuantas plantas, un jardín vertical en su terracita, y arriba, en el terrado, han hecho un pequeño jardín. Que costó lo suyo, pero se agradece enormemente en esos días de clalor.
Al menos ahora, no solo no sufre todo ese calor, sino que además ahorra. Y le han dicho que el edificio es sostenible. ¿Querrá decir eso que es mejor? Sí. Para todo. Para todos. Para el futuro.
Va a ser que eso de la rehabilitación de edificios sostenibles tenía algo de razón…